José, Higorca en un rincón romantico
Mara, nuestra amiga granadina, José Higueras, Higorca
Me adentro en Granada y veo
los jardines con rosales todavía en flor. Viene a mi memoria una leyenda que
más bien podría parecer un romancero gitano.
Dicen
que pelean
los
Garabos y Pirranganos,
porque
en la plaza de toros
dos
guapas morenas esperan.
Camino
lentamente, saborear cada rincón y aunque rápido me gusta pasar por la Cartuja,
esta vez es por la parte de atrás miro atentamente las paredes amuralladas, y
viene a mi memoria un pintor, el nombre de un toledano que sin pretenderlo fue
un grande del pincel ¿o si le gustaba su oficio? No pinto muchos cuadros ¿o sí?
los que yo conozco son unos pocos bodegones. Naturalezas muertas ¿Por qué decir
eso, cuando un bodegón está lleno de vida?
Claro que si entro a esa
hermosa Cartuja granadina, me encuentro una sala llena de cuadros, en todos
ellos frailes pintados. Miro bien las caras, y… me sorprende que todos,
absolutamente todos tienen la misma cara -¿Quién es el autor? – el mismo de los
bodegones encontrados y que ahora deben de estar por el Museo del Prado. Nada
menos que Cotán, Juan Sanchez Cotan,
nacido en Orgaz, un pequeño pueblo de la provincia de Toledo.
Dice la historia que era un
pintor ya con renombre. Un día decide que quiere ser fraile cartujo, más bien
hermano lego por aquello de la edad y los estudios. Así fue como llego hasta
Granada, haciendo una importante obra sobre los cartujos.
Sigo mi paseo recordando todo
lo que veo a mi paso. De pronto noto unas cosquillas en el estómago, este me
pide algo. Miro el reloj, es buena hora para merendar. Estoy un poco lejos pero
vale la pena llegar.
Voy hasta la plaza
Bib-rambla, allí están los mejores churros y un excelente chocolate. Un placer de
merienda. No he podido terminar la ración, ¡era inmensa! estoy un rato mirando
el ir y venir de tanta gente como pasa alguna se queda para saborear ese rico
manjar. Otras siguen dirección a la catedral, y otros seguramente ya vuelven de
ella. Es un lugar mágico, al entrar los pelos se erizan, siento el magnetismo
de tanta historia como hay en ella.
Debo subir hasta el Albaicin
e instalarme para poder seguir con mi paseo por esta bella ciudad. Hace un
tiempo extraordinario que no se puede desperdiciar.
Ya estoy instalada, tengo
tiempo de un buen baño, engalanarme para salir a cenar. A cenar… y escuchar al
mismo tiempo un “concierto” de flamenco en los Jardines de Zoraya. Delante de
un buen plato de exquisito jamón de Trevelez y una copa de rica manzanilla.
Se dejan ver las estrellas,
creo que hasta el cielo es distinto, siento un escalofrío… no, seguro que no es
de frío. Quizás es que siento dentro de mi la Andalucía. ¡Al-Andalus, toda la civilización nazarí!.
Miro a través de mi ventana
y veo que el sol ya ha salido hace un buen rato. Siento hambre. El aire de la
sierra granadina abre el apetito.
Ya estoy dispuesta para
caminar por todo el Albaycin y Sacromonte, dejaré la Alhambra para otro día.
Mis zapatos son cómodos, los necesito así para poder andar y pisar esas piedras
llenas de historia, con tantos siglos sobre ellas ¿qué dirían si pudieran
hablar? Seguramente contarían miles de historias de amor.
De princesas y reyes,
sultanes que enamoraban a gitanas de pelo negro y rizado, de ojos verdes y
grandes, de piel morena. Gitanas del Sacromonte que bailaban al son de las
citaras, liras, y guitarras. De miles de mestizajes que elevaron todo el reino
de Granada.
Calles que bajan y otras que
suben. Callejuelas que apenas da el sol pero que cuelgan miles de plantas de
sus balcones, desprendiendo aromas a jazmín, a galán de noche, y suave azahar,
envuelto en rabiosos colores de geranios cuajados de flor.
Mientras camino miro las
piedras que en su día pusieron otras civilizaciones, las veo igual que la
última vez que estuve paseando por aquí.
Me admira el buen trabajo
realizado, con su “canaleta” en el centro para que el agua corra y no se
encharque el resto, me dirijo hasta San Nicolas. Buenas tapas, manzanilla y
cante con palmeros, luego poder admirar desde el mirador la bellísima señora
que vela los montes, ese palacio moro y cristiano.
Bajo por detrás y me
encuentro con la plaza larga, ya están desmontando los “puestos” de venta:
ropa, rica fruta de la vega, o de ese rincón con clima tropical que tanto nos
deleita y que se deja acariciar por el mar.
Mientras me asomo al balcón
del Huerto de Juan Ranas para admirar esa belleza de La Alhambra, y el palacio
de Carlos V, siento en mi un chispazo y escucho las notas de una guitarra y la
voz sin igual de un granaino ilustre; Enrique Morente cantando a esa tierra
suya, con sentimiento y desgarro.
Voy a parar al bar Casa
Torcuato, saboreando una buena tortilla Sacromonte y ¿otra manzanilla? Parece
que estoy bien, no me he mareado. Después una buena ración de fritura de
pescado. Exquisito. ¡Ya he comido! Granada y su tapeo. La terraza de este bar
siempre está llena, se puede ver gente de todas las nacionalidades, también
lugareños que van a pasar un rato.
No puedo olvidar tantos
artistas como esta tierra ha dado, pero hay uno que admiro profundamente, sus
letras, sus poemas, sus ensayos ¿qué hicieron con él? Federico tu tierra te
ama, mamaste de ella por eso al escribir dejaste su estela y tu huella.
Entre cantes, riñas y motes;
entre Garabos y Pirranganos, gitanos y payos, voy caminando, pisando las
piedras de mis antepasados. Escucho canciones y oigo poemas. Guitarras,
citaras, mandurrias y violines. Música que llena y acompaña la manzanilla y
quita los sentíos y las penas.
¡Ay Granada! ¡Granada de mi
alma! Llevarte conmigo quisiera, bajar a la vega, subir hasta la Alhambra,
pasar por el Albayzin, para llegar hasta las cuevas del Sacromonte gitano.
Higorca
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